jueves, 4 de diciembre de 2008

ELEGÍA

( a JUAN MANUEL INCHAUSPE )

Trataste de poner lo negro en su sitio,

de ordenar lo desordenado.

Trataste de ver qué cosas te eran más íntimas

y cuáles más lejanas,

qué desesperados corrimientos había,

de donde venía ese desvarío,

ese grito desfilando enloquecidamente en la noche helada:

tenebrosos sueños que no te abandonaban.

Así, de pronto,

viviste el horror

de ver que aquel que estaba en el espejo

era otro.

Pero,

cómo pudiste, heroicamente,

cada cosa tratar de poner en su sitio?

Es cierto que se pueden alzar del mundo

los pedazos de un día roto

sin blasfemar.

Es cierto que se pueden quitar las innumerables trampas

de los rincones más oscuros,

batir el desplazamiento de las desavenencias

y cada guarida de cada absurdo

que se fueron devorando una a una nuestras ilusiones

para dejarnos tan vacíos de cara al silencio.

También es cierto que se puede salir con vida

del terror,

y se puede, después, volver.

Y que también, se pueden ir uniendo los pedazos de aquel día

rehaciéndolo de a poco

y llegar a sentir que su forma y su esencia

es sensible a lo cóncavo de tus manos, dolor.

Sí, todo eso es cierto,

pero cuando lo negro rabiosamente aúlla en lo profundo a veces

y va y viene en uno a oleadas fulminantes

y uno decide no irse,

quién entonces desenreda el tremendo caos

con manos impertérritas

sin encontrarse a la vez muy solo y enredado,

como ahora, que estás para siempre tan lejos de casa,

muy despacio, caminando sobre escombros?