jueves, 4 de diciembre de 2008

CABALLOS AL VIENTO

Puro, como a lo lejos la curva que al mar encierra,

me quedé imaginando una llanura con caballos.

Los hocicos ávidos de pasto, las crines libres al viento,

las colas jugando ante el paisaje verde de los pinos.

Mientras, como vírgenes a punto de ser prostituidas,

sobre los tejados de una capilla triste,

centelleos blancos del sol aparecieron,

manteniendo los caballos, las nubes, las hojas,

firmemente arraigados, aunque todos ellos fluían

hacia el este como las olas en el mar,

cuando de pronto, sobre mi cuerpo giró un sueño,

variando en mí cada pasaje visionario.

Entonces, empecé a ver

un caos de formas bajo una amargura cálida:

exóticos como animales mitológicos

caballos delirantes en el verde girante

llorando en los márgenes

nostalgias de tiempos mejores.

A poco, el sueño me excitó, me lanzó, me sacó de mí,

lejos de mi propio centro. Y en su sucesión, yo mismo

y los caballos y las nubes y las hojas y todos los planetas

girando avanzamos desesperados.

Luego, como si aquellas lágrimas no pudieran quitarla,

nuevamente fue la nada, sólo angustia.

Tan unida a mí, como una parte más de mi cuerpo,

circulando pura en mi sangre

ante lo que era y lo que sería.

Instante grave, crucial, a partir del cual

queriendo cambiar, ser otra cosa,

desesperadamente me esforcé.

Pero todo fue inútil, cada vez tan sólo

el perfecto sucesivo orden de la misma nada.

Así las cosas, lo que entonces deseé

es lo que había sido

antes que los años, antes que la lucidez,

antes que el bien y el mal

trágico me colocaran ante aquel incidente:

tan sólo caballos de pinos al viento

despacio girando

fuera del tiempo, más allá de la mente.