jueves, 4 de diciembre de 2008

CABALLOS AL VIENTO

Puro, como a lo lejos la curva que al mar encierra,

me quedé imaginando una llanura con caballos.

Los hocicos ávidos de pasto, las crines libres al viento,

las colas jugando ante el paisaje verde de los pinos.

Mientras, como vírgenes a punto de ser prostituidas,

sobre los tejados de una capilla triste,

centelleos blancos del sol aparecieron,

manteniendo los caballos, las nubes, las hojas,

firmemente arraigados, aunque todos ellos fluían

hacia el este como las olas en el mar,

cuando de pronto, sobre mi cuerpo giró un sueño,

variando en mí cada pasaje visionario.

Entonces, empecé a ver

un caos de formas bajo una amargura cálida:

exóticos como animales mitológicos

caballos delirantes en el verde girante

llorando en los márgenes

nostalgias de tiempos mejores.

A poco, el sueño me excitó, me lanzó, me sacó de mí,

lejos de mi propio centro. Y en su sucesión, yo mismo

y los caballos y las nubes y las hojas y todos los planetas

girando avanzamos desesperados.

Luego, como si aquellas lágrimas no pudieran quitarla,

nuevamente fue la nada, sólo angustia.

Tan unida a mí, como una parte más de mi cuerpo,

circulando pura en mi sangre

ante lo que era y lo que sería.

Instante grave, crucial, a partir del cual

queriendo cambiar, ser otra cosa,

desesperadamente me esforcé.

Pero todo fue inútil, cada vez tan sólo

el perfecto sucesivo orden de la misma nada.

Así las cosas, lo que entonces deseé

es lo que había sido

antes que los años, antes que la lucidez,

antes que el bien y el mal

trágico me colocaran ante aquel incidente:

tan sólo caballos de pinos al viento

despacio girando

fuera del tiempo, más allá de la mente.

VOY A HABLAR

Voy a hablar

Mezcladamente

De la Argentina.

De mi familia,

De política,

De literatura,

Y demás yerbas.

Por ejemplo

Voy a hablar

Del argentinito,

argentinito.

Del argentinoide,

argentinoide.

De lo argentinamente.

Del argentinazo.

De argentinizar.

De desargentinizar.

De lo ultra-argentinamente.

Y porque no

De los aiges.

Y a ellos les digo

Lo primero que se me ocurre.

Que es lo siguiente :

Por favor, aiges del mundo uníos.

Que esa es la ley primera.

Y ante todo antes de seguir

aclaro para no confundir

que está aige y están los aiges.

Está aige que esto escribe y están los demás aiges que nada escriben

salvo mi primo Tito habitante y líder de los escritores de la pujante ciudad de Casilda.

Ambos sacrificados vagos, (perdón) artistas

A puro pecho y con muchísimos huevos

Para salvar el honor de la familia.

En medio de una época bastante triste.

Ridículamente fallida esta época

Que no cree en nada profundamente vertical

Salvo en ningunear y ningunear.

Del ambiente literario y demás ambientes mejor ni hablar.

Por eso digo con jubilo de orgullo nacional

Vos que sos ultra-puro-argentino

Es decir

Pura marca nacional

Es decir

Que amas el fútbol y el mate no lavado.

Y entre algún que otro gol

Y mate y mate

Repetís y repetís

Alguna que otra frase del General.

“Por ese gran argentino...ponpóm, ponpóm”.

Pero digamos la pura verdad,

para un argentino no hay nada mejor

que ver rodar una pelota

con un buen mate no lavado

entre mano y mano.

Y aclaro que no estoy hablando acá

De aquel ridículo poema

De don Ezequiel Martínez Estrada.

Ni siquiera de Borges

Por haberle puesto tantas estrellas

A los poemas de don Ezequiel

Que terminó estrellándolo contra el fango.

No, sólo hablo del orgullo estrictamente nacional.

Sólo hablo claro está de los argentinos, argentinitos,

argentinoides, argentinazos.

Y por supuesto de los aiges, aigesitos,

aigenoides, aigenazos.

Perdón, pido perdón a todos.

Un saludo y un abrazo.

Que más da.

Un saludo y un abrazo.

NERVAL

Naves de sombra deslizando círculos de agonía,

naves de sombra en tus dormidos ojos

quebrando el íntimo laurel

en la indescifrable línea del relámpago

que Isis soñara envuelta en roja tormenta

en los derrumbes de tu nada.

Y para tus concéntricos pasos rumbo al ánfora invisible

donde claman los astros la inminencia del oro

rueda aquel entrechocar de olas en lejanía sin viento

porque lo divino se alza hasta tu frente aterida

y entonces, tú te ahorcas, para volver al origen de la vida.

Oh, golfo triste que vacilas y vacilando retomas

el viejo camino de arena antigua

mientras pende tu soga azul del sistro asesino

como misterioso hierofante en llamaradas riendo

para oficiar el réquiem en la magia de tu cintura.

Oh, pálido en neblina donde muere el tiempo

en delirio de amapola y piramidales ocasos

de heliotropos sanguinarios que en orgía acaba.

Orilla de viento y oscilación de la locura

en el junco diverso del naufragio

y tus ojos dibujando

la mágica geometría de una belleza

aún más pura que tu rostro ante la luz.

Y ya cursa Andrómeda el duro tiempo de la belleza,

de la belleza vacía,

y la luz de un instante raya la columna de aire

en la orilla transparente del río sin blancura.

Mientras, otra voz, en la tarde te habla, y tú no comprendes

y oscilando, tus pasos vuelves,

hacia los oscuros ojos de la noche oscura

como soñando a Aurelia

amarilla flor de prohibidos encantos.

Y ya te ves huyendo, en aquel fantasma trágico

que en su propia mano su triste cabeza sostiene

cada vez que de la tumba egipcia recuerdas

la misteriosa momia

y su alma milenaria en el ave atroz.

Oh, golfo triste que vacilas y vacilando retomas

el viejo camino de arena antigua.

Oh, pálido en neblina donde muere el tiempo

en delirio de amapola y piramidales ocasos.

Oh, soñador de vientos, que cantando pasas

para que repose el vertiginoso instante

en la oscura infinitud.

ENCUENTRO CON WITOLD GOMBROWICZ

Preocupado por el más allá, muy solo y masticando rabia

y hablando imaginariamente con la muerte, ese día

anduve incansablemente por las veredas de Plaza Retiro, hasta que de pronto

me paré muy cerca de la inmensa Torre de los Ingleses

para observar, a lo lejos, el atardecer de autos en movimiento y recortados edificios.

Dadas las cosas así, de golpe me di cuenta que Witold Gombrowicz

- aún medianamente joven pero velozmente envejeciendo - estaba

también parado ahí, mirándome, muy cerca de mí

y sintiendo el mismo nudo en la garganta que yo

tras el sol final de esa tarde, sin nadie más, tan sólo nosotros mismos

cansados vagabundos semiderrotados.

- Mire el reflujo de la ciudad – me dijo él, manteniendo su mirada

quién sabe a qué parte de su interior aunque apuntando

hacia la estación de trenes que teníamos enfrente.

Había en sus cansadas palabras como un corte en el tiempo,

una vuelta hacia ningún lado, acaso intransitable puente donde

desunido, el presente, alzándose en su autonomía, ya no era

parte de la transitoriedad.

Yo entonces, azorado, tan sólo atiné a observar ese reflujo mágico por él señalado

y era todo como un sueño, nostalgias de infancia, alucinaciones o corrimientos

girantes en mi mente, que podrían pero no pudieron ser

dominados en mi tambaleante memoria.

Única débil flexible estructura del tiempo – pensé yo –

en busca a esa altura

de cualquier medio de transporte que nos llevara a ambos

de vuelta al sitio que a cada uno – por obvias pertenencias a tiempos distintos –

nos correspondiera.

O que nos llevara a ambos de vuelta a un clima del corazón

donde cada uno pudiera correctamente situarse sin llorar la despedida eterna.

CICLO

Qué cielos, qué rostros, qué tiempos, qué palabras,

qué sabidurías surcando lo natal

y diatribas por juicio y el canto cantando

entre la noche

de la imagen que retorna

o del inicio hacia el final,

plenario, insustancial.

Mundeo en la desgracia que disuelve

ampliado por un viento de insurrección.

Mundeo, clima de terror,

que a los amantes se opone

para vencer al amor.

Pero..., ¿Quién eres tú, menos alto y más alto,

cedido o impostado, más amado que el sueño

y más cierto que el gesto?

Amagues y cifras entre árboles

y desmesurados, arriba del signo, los pasos,

donde todas las señales intrincadas se cruzan.

Barco anclado por el mal, y lánguido paisaje

al ojo inmóvil,

yo también asumí el terror y el olvido que recuerdo

forzando todas las líneas, quebrando la tensión

entre una primavera y otro verano.

Esto, desconociendo, pude haber hecho

si no me hubiera desconocido demasiado,

yo, que por sobre el naufragio, pulsando junturas uní las aguas

ignorando que me ignoraba.

Esta posibilidad, este no saber, esta muerte,

sintiendo para sentir, en un día más acá de mí

podría hacer ahora, si no fuera porque me conozco demasiado.

O bien, irme de mí, perderme para vivir,

abandonar mi sueño por este sueño,

mi poema por aquel otro no dicho,

el silencio, boca entrelineada, la aliteración,

los antiguos ritmos en la apertura final de todo el ciclo.

Qué cielos, qué rostros, qué palabras

tan verticales hacia mí.

Y al fin, en la proyección de mi canto,

el blanco dispersando lo que escribo

adhiriendo niebla al silencio.

ELEGÍA

( a JUAN MANUEL INCHAUSPE )

Trataste de poner lo negro en su sitio,

de ordenar lo desordenado.

Trataste de ver qué cosas te eran más íntimas

y cuáles más lejanas,

qué desesperados corrimientos había,

de donde venía ese desvarío,

ese grito desfilando enloquecidamente en la noche helada:

tenebrosos sueños que no te abandonaban.

Así, de pronto,

viviste el horror

de ver que aquel que estaba en el espejo

era otro.

Pero,

cómo pudiste, heroicamente,

cada cosa tratar de poner en su sitio?

Es cierto que se pueden alzar del mundo

los pedazos de un día roto

sin blasfemar.

Es cierto que se pueden quitar las innumerables trampas

de los rincones más oscuros,

batir el desplazamiento de las desavenencias

y cada guarida de cada absurdo

que se fueron devorando una a una nuestras ilusiones

para dejarnos tan vacíos de cara al silencio.

También es cierto que se puede salir con vida

del terror,

y se puede, después, volver.

Y que también, se pueden ir uniendo los pedazos de aquel día

rehaciéndolo de a poco

y llegar a sentir que su forma y su esencia

es sensible a lo cóncavo de tus manos, dolor.

Sí, todo eso es cierto,

pero cuando lo negro rabiosamente aúlla en lo profundo a veces

y va y viene en uno a oleadas fulminantes

y uno decide no irse,

quién entonces desenreda el tremendo caos

con manos impertérritas

sin encontrarse a la vez muy solo y enredado,

como ahora, que estás para siempre tan lejos de casa,

muy despacio, caminando sobre escombros?